Filmiperros y caricacanes

 

 


          Los filmiperros o perros de película, al igual que sus congéneres reales, también nos han proporcionado muchas horas de placer, al igual que los caricacanes o perros-caricatura que aparecen en las tiras cómicas. Hablaré, —por nostalgia — de algunos de ellos y que me perdonen los que se queden fuera de de esta perrienumeración.

          El primer perro «virtual» al que le tuve cariño fue Huckleberry Hound, un simpático y hanna-barbérico personaje bastante plano (me refiero al dibujo, no a su personalidad), con una pajarita roja y un poco bastante de pluma. Junto con el inolvidable oso Yogui, el caballo Tiro Loco McGraw, los ratones Pixie y Dixie y el gato Jinks —de memorable acento andaluz («¡marditoh roedoreh!»)—, aparecía en dibujos animados —en blanco y negro entonces— y en tebeos. Por estos últimos me enteré, sin sorprenderme en absoluto, de que Huckle era azul (celeste), un color que a mí me gusta mucho, por lo que a la comparación coloquial de «Eres más raro que un perro verde» nunca le encontrado el sentido.

          De aquella época sesentera era también Lindo pulgoso, que no hablaba (a diferencia de Huckle, que lo hacía por los codos), sino que se limitaba a reírse entre dientes de las desventuras de la abuelita, con quien vivía. Iba siempre muy desastrado, pese a no llevar ropa, y estaba pidiendo a gritos que alguien le pasara un peine por toda su anatomía. Era muy famoso.

          Scooby-doo no se le iba a la zaga en popularidad. Su nombre surgió de Strangers in the Night, la famosa canción que interpretaba Frank Sinatra y que tenía un estribillo que decía: «Doo-be-doo-be-doo doo-doo-doo-be-doo» (por la que que el letrista se llevó algunos miles de dólares). La principal característica y recurso cómico de este personaje consistía en que era muy cobarde, además de ser miedoso, gallina, medroso, acoquinado, atemorizado, amilanado y pusilánime. A mí nunca me hizo mucha gracia, la verdad.

          Los siguientes perros pintados que conocí fueron los de Walt Disney, un señor que hoy despierta sentimientos encontrados, pero que para mí fue como un dios bondadoso que creó a Pluto para regocijo de sus criaturas. Era el perro ideal del personaje ideal (Mickey Mouse) y condensaba en él toda la esencia perruna en psicología, comportamiento, movimientos y achuchabilidad. Pluto es el Perro por antonomasia, como Mahoma es el Profeta, Aristóteles es el Filósofo, San Pablo es el Apóstol. Si a Isabel y a Fernando se les llama los Reyes Católicos porque eran más católicos que nadie, ningún perro es más perro que Pluto.

          Pero no le va a la zaga otro personaje genial: Goofy [que vendría a significar «bobo»] y que es antropomorfo y hasta algo amorfo. Este simpático bicho forma con Mickey y el pato Donald un trío que ríase usted de otros tríos famosos (Craso, Pompeyo y César; Sófocles, Esquilo y Eurípides; Athos, Porthos y Aramis; Peter, Paul and Mary, los Panchos; los Chichos o José, Ortega y Gasset). El secreto del éxito de este personaje es que Mickey era muy serio, Donald siempre estaba cabreado y a los guionistas les era más fácil escribir material cómico para Goofy.

          Disney se inventó muchos perros heroicos, como la valiente pareja de Pongo y Perdita, de la película 101 dálmatas, que corrían grandes peligros para rescatar a sus cachorros de la supervillana más mala de todos los tiempos: la terrorífica Cruella de Vil, emperrada en desperrar el mundo para hacerse abrigos de pieles (y que desgraciadamente no es un mero personaje de ficción, sino un trasunto de muchas mujeres reales que han considerado como el colmo de la elegancia ponerse un zorro muerto sobre los hombros). Creo que esta película hizo mucho bien y que los que la vieron de pequeños nunca contribuyeron de mayores al asesinato peletero.

          ¿Y qué decir del Golfo y de Reina, de La dama y el vagabundo? ¿Existe mejor historia de amor? ¿Hay algo que incite más al romanticismo que compartir unas albóndigas? Porque, a fin de cuentas, el amor duradero de una pareja consiste en eso, en compartir albóndigas cariñosamente durante toda la vida. Al lado de esta pareja, Romeo y Julieta resultan insulsos y Calisto y Melibea, unos pijos renacentistas.

          Tierna como ella sola resulta Nana, una enorme y peluda San Bernardo que es la perra nodriza de los niños Wendy, John y Michael que aparecen en Peter Pan. Su abnegación, su cariño hacia sus «cachorros de hombre» no tiene parangón. ¡Lástima que salga tan poco!

Sufrí mucho con Toby, un sabueso que se tenía que enfrentar a su amigo zorro. Los guionistas fueron muy torpes y no supieron dosificar el drama (había demasiado, sin casi momentos de alivio) y a los niños no les gustó, por lo que la película fue un fracaso. Sin embargo, había sido la cinta de Disney más cara de las hechas hasta entonces (doce millones de dólares), lo que nos enseña que no se debe dejar que los tontos sean quien administren y gasten el dinero.

               Bolt, de la película de su mismo nombre, era un perro-estrella televisivo que se creía un supercán, porque no se había enterado de que la televisión es mentira. Lo mandan por error a Nueva York y para regresar a Hollywood tiene que cruzarse el país de costa a costa, como Forrest Gump o Alvar Núñez «Cabeza de vaca» (Conquistador y canalla español del siglo XVI que fue desde Florida a California a pie y que, según él mismo contó en su libro, Naufragios, se comió a su fiel perro por el camino, por no encontrar otra cosa mejor).

 

          Y en Mascotas aparece Max, prototipo del perro cariñoso, que tiene que soportar a otro perro más en la casa, con los consiguientes celos, aunque luego la historia se va por otros derroteros y queda en manos de un conejo sociópata. El perro es simpático, pero la película no deja de ser un remake de Toy Story, solo que con bichos.

No muchos se acuerdan de Charlie B. Barkin (yo casi no me acordaba, lo confieso), un pastor alemán que salía en Todos los perros van al cielo, de Don Bluth. No era uno de mis preferidos, porque se trataba de un personaje muy negativo y aquello era básicamente una película de gangsters.

          De la televisión mencionaré al valiente D’Artacán, que junto con sus mosqueperros corría aventuras sin par, sin salirse de la historia de don Ale Dumas (padre). Era una serie hispano-japonesa para elaborar la cual trabajaron Akira Nakahara, Taku Sugiyama, Yoshihiro Kimura, Katsuhisa Hattori, Shuuichi Seki, Taku Sugiyama, Shigeo Koshi, Fumio Kurokawa, Saito Shuhokaku, Koji Mori, Takao Ogawa, Kobayashi Shichiro, Kazue Ito, Takasago Yoshiko, Sakai Shunichi, Kimura Keiichiro, Endo Shigeo, Junzo Nakajima, Taku Sugiyama, Shigeo Koshi, Yoshiko Kayama, Maron Kusaka, Yoshiko Kayama, Hattori Katsuhisa y Luis Ballester (a media jornada).

          El perro del abuelo de Heidi se llamaba Niebla, pero esto lo sé por haberlo leído, porque no he visto la serie (lo siento: no se puede saber de todo).

          Pequeño Ayudante de Santa Claus es el perro de la familia Simpson. Es juguetón, rompe todo y le encanta beberse el agua de los retretes. Pese a todo ello, su dueño no le regaña y le deja vivir a su aire. Solo por esto se le pueden perdonar muchas cosas a Homer.

          Y en cuanto a los perros de los tebeos, el primero que me viene a la mente es Rantanplán, que aparecía en los cómics de Lucky Luke. Su nombre era como una inversión del de Rin Tin Tin (un perro muy listo), ya que él era un perro muy tonto. Guardaba la prisión donde solían meter a los hermanos Dalton (malos y pistoleros de pro), pero siempre se le escapaban. Era increíblemente lento (de hecho, en las viñetas no se movía nada). Luego se hizo con él en Francia una serie televisiva que probablemente no habrá visto nadie.

          Milú era el compañero inseparable de Tintín, aunque se separaban muchas veces. Pese a ser macho, su nombre se lo puso Hergé en recuerdo de una novia suya (no queremos entrar en aclaraciones psicoanalíticas de este hecho). Dos de sus principales características eran la precaución y su gusto por el whisky.

          Charlie Brown y su pandilla nos dieron a Snoopy, que daba rienda suelta a su imaginación tumbado boca arriba en su caseta (dentro nunca, porque era claustrofóbico). Su mayor obsesión era ser escritor, aunque no se le ocurría qué escribir, razón que me hace solidarizarme con el personaje. La NASA lo adoptó como mascota e instituyeron un premio con su nombre, pero no me pregunten la razón. Y si Bugs Bunny fue el único conejo ganador de un Oscar, Snoopy fue el único personaje de tira con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.

          El pequeño Idéfix, perro del grandullón Obélix, es el único animal de los tebeos de Astérix «el Galo». Es un Schnauzer diminuto, aunque come mucho. Realmente, no hay mucho que decir de él, pues casi no interviene en la acción argumental, sino que se limita a estar por ahí. Tiene bigote, al igual que Astérix, que Obélix y que doña Emilia Pardo Bazán.

          Por último (hay otros más, pero ya estoy cansado), mencionaré al pobre Odie, perro tonto al que el egoísta de Garfield gusta de torturar de todas las formas que se le ocurren, algo que nunca he podido perdonarle al gato.

          No añado más ejemplos, porque, como acertadamente dijo Oscar Wilde, «Quien pretende agotar un tema, sólo consigue agotar a sus lectores».


 

 

Rocky

 

          La vida de Rocky Balboa —prototipo del boxeador sonado por haber recibido muchos golpes en las narices— ha necesitado de muchas películas para contarse, por más que aquí nos compadezcamos del lector y le hablemos solamente de la primera. Pero vinieron después Rocky II, Rocky III, Rocky IV, Rocky V, Rocky Balboa, Creed, Creed II y Creed III, cubriendo cuarenta años de la vida del protagonista, y pocas veces se le ha sacado tanto jugo a una historia de mamporros.

          Este film se seleccionó para su conservación en el National Film Registry de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, para que los extraterrestres que invadan la tierra desierta una vez que el cambio climático se nos haya llevado a todos por delante puedan saber, con este ejemplo, cómo éramos de brutos a finales del siglo XX y principios del XXI.

          Rocky es un boxeador de cuarta categoría (B) que vive en Filadelfia porque ha nacido allí y no tiene la suficiente imaginación como para irse a vivir a otro sitio mejor. Se gana la vida cobrador como Cobrador del Frac, pero sin frac, yendo a recoger los cobros en camiseta. Vamos: es el matón de un usurero y está encargado de romperle las piernas a los morosos. Solo que Rocky es mediocre hasta para eso, pues no consigue cobrar casi ninguna cantidad.

          Para que no se dude de su hombría (algo que es poco conveniente que te suceda si perteneces al gremio pugilístico) invita a salir a una chica gafosa y tímida que vende tortugas (trabaja en una pajarería) y entre la falta de decisión del uno y la sosería de la otra tardan años en darse el primer beso.

          Por otro lado, se meten otros personajes en la chuchurría trama,   porque la historia de Rocky no avanzaba. Apollo Creed, un campeón de los pesos pesados (o, mejor, un pesado campeón de los pesos) se entera de que el que iba a ser su próximo oponente se ha roto una mano de tanto dar bofetadas. Solo quedan cinco semanas de trece días cada una para el combate y los boxeadores que están libres ese día son todos unos cobardicas y unas nenazas y se niegan a participar. Apollo decide combatir contra un púgil desconocido —para estar seguro de ganarle y conservar el título— y elige a Rocky porque le gusta su apodo, que es «El semental italiano», ya que ese es el nivel de elegancia del héroe de la película.

          Rocky se apunta a unas clases de boxeo, cursando dos asignaturas: «Puñetazo con la izquierda» y «Puñetazo con la derecha», que parece ser que es todo lo que hay que saber. Como está hecho un mulo y muy motivado, aprueba ambas (aunque con un cinco raspado nada más).

          Tiene lugar una rueda de prensa y los periodistas deportivos, con su proverbial inteligencia y originalidad, le preguntan a Apolo: «¿Quién va a ganar el combate?», a lo que este responde: «¡Yo, naturalmente!». Y ya no saben qué más preguntar.  Este es el nivel verdadero del muchos aspectos de esa actividad conocida como periodismo.

          Apollo llega al estadio (o como quieren que se llame ese sitio en el que se pegan) vestido como George Washington y reparte dinero entre el público, que comienza a aplaudirle inmediata e entusiásticamente. (¡A ver!).

          Comienza el combate y Apollo y Rocky empiezan a bailar y a pegarse, que no es lo mismo que bailar pegados. Rocky le atiza al otro poderosos derechazos, aunque se los pega con la izquierda, porque es disléxico y no sabe muy bien dónde tiene cada mano. Apollo contesta a esos golpes a vuelta de correo, rompiéndole la nariz a su adversario. En el descanso entre asaltos, los entrenadores de ambos boxeadores les refriegan limones por la cara, no sabemos muy bien por qué ni para qué.

          El clímax de la película cuenta con los siguientes ingredientes: sopapos, trompazos, zurriagazos, tortazos, porrazos, trompadas, bofetones, guantazos, cachetadas, cachetes, soplamocos, chuletas, viajes, chufas, leñazos, galletas, tortas, manotazos, bollos, leñazos, cates, cuescos, combos, cacharrazos y puñetazos, siendo este último el término más técnico y aproximado[1].

          Tras quince asaltos interminables para ellos y para los espectadores, ambos contendientes están hechos migas manchegas. Los árbitros dictaminan que Apollo ha ganado por puntos (le tienen que dar a él más puntos de sutura que al otro) y el público protesta, porque quería que ganara el aspirante, que es lo que suele pasar en todas las películas de boxeadores menos en esta. A la gente no le gusta nada que se dinamiten los tópicos.

          Rocky busca a su novia entre la multitud ovacionadora y le dice que la quiere, cosa que ella ya sabía, que nosotros sabíamos también, que no añade nada a la línea argumental y que no es sino un «¡Viva Cartagena!» añadido a la película porque tenía que acabar de alguna forma y al guionista no se le ocurrió nada mejor.


 



[1] Hay otros vocablos malsonantes que no incluimos, para que no se diga que somos horteras y groseros en nuestra forma de escribir.


Homenaje a Jardiel

 


Alemania en broma

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Chuchos de cine

 

 


          No estaría de más dedicar este articulillo de nada (total: tiene 997 palabras y 4.544 letras, que se leen enseguida) a los perros de carne y hueso que salen en las películas.

          No vamos a destripar los argumentos, sino únicamente dedicarles un recuerdo, como se hace con los actores de dos patas. Por no conocerlos por sus nombres reales, tendremos que mencionarlos por los del personaje que popularizaron (aunque a veces el mismo papel lo interpretaron sucesivamente varios canes, pero eso no es de extrañar: con James Bond pasó lo mismo y nadie se ha quejado todavía).

          Rin Tin Tin apareció en treinta películas de los años veinte y en ciento setenta episodios de una serie televisiva de los años sesenta. Vamos, que se forró. Gracias a él aprendimos lo que era el 7º Regimiento de Caballería y quien mandaba más, si un sargento, un cabo o un teniente.

          Totó no solo salía en El mago de Oz, sino que salía volando con el tornado, si mal no recordamos. Su principal ocupación era que la huerfanita Dorothy no se aburriera.

          Lassie era una perra peluda que volvía a su casa desde algún sitio (en la primera película; en las siguientes hacía otras cosas). Varios perros machos interpretaron a este personaje y no se notó nada: nadie se dio cuenta, lo que es una lección magistral de actuación.

          Benji era un perro callejero que vivía de okupa en una casa abandonada. Luego allí llegaban niños, les secuestraban, el perro los salvaba y la historia se acababa. La película, que llevaba su nombre, gustó mucho a los niños en su tiempo (1974), casi tanto como Un gato del F.B.I. El film se ha remakeado recientemente, en el 2018.

          Jerry Lee (más conocido como K9) era un perro policía mucho más listo que su compañero humano (¡dónde va a parar!), al que le hacía la vida imposible. Aparecía en una película de 1989 titulada Superagente K9. Se dedicaba a oler drogas en horario laboral.

               Beethoven salía en una cinta de 1992 llamada Beethoven, como él, cuya banda sonora estaba totalmente compuesta por piezas de Mozart (No haremos ningún comentario sarcástico sobre la cultura general de los estadounidenses, aunque bien podríamos). Era la típica historia del señor que no quiere perro, lo acepta por sus hijos, sufre las molestias y al final le acaba cogiendo cariño. En las ocho secuelas, el perro se enamora y tiene cuatro cachorros, encuentra un tesoro, sale de excursión, se convierte en una estrella de cine, etc.

          Rex (de Rex, un policía diferente, 1994, Kommissar Rex en la versión original) era un pastor alemán y austríaco, lo que parece una imposibilidad, pero no lo es. Salía en una serie que ha durado treinta años, lo que ha ocasionado un desgaste obvio en el perro. Afortunadamente, los pastores alemanes se parecen mucho unos a otros.

Verdell (de Mejor... imposible, 1994) era un perro con muy mala suerte, porque a su amo le daban una paliza que lo baldaban y él tenía que quedarse con un vecino que padecía un trastorno impulsivo-compulsivo de esos que están hoy en día tan de moda.

Maya (y siete de sus compañeros) aparecen en Bajo cero (2006), una película preciosa y angustiosa en la que los miembros de una expedición científica en la Antártida se dejan abandonados a sus huskies siberianos, que se las ven y se las desean para sobrevivir a un montón de frío hasta que vuelven a por ellos en verano.

Rex no es el mismo Rex de antes, sino otro distinto: no nos hemos equivocado y vuelto a contarles lo mismo. Este perro está en un parque... en un parque de bomberos, donde corre muchas aventuras, después de caerse desde un avión en un camión de tomates y vivir otras peripecias parecidas. La cinta es Perro al rescate (2007) y nosotros no la hemos visto, pero nos la han contado con pelos y señales (más pelos que señales, por ser sobre un perro, claro está).

Hachiko, perro con nombre de estornudo, fue un animal real, entendiéndose por ‘real’ que era verdadero, no que fuera antirrepublicano. La película se estrenó en 2009 con el cursi título de Siempre a tu lado, Hachiko, lo que resultaba confuso, pues parecía que era el amo el que no se separaba del perro, cuando en realidad era al revés: el amo tomaba el tren y el otro se esperaba en la estación a que volviese, porque era un perro rentista que no tenía que trabajar de ocho a cinco.

Marmaduke dio título a un film de 2010. Era un gran danés kansino (de Kansas) que se mudaba con sus amos a California, donde hay muchas palmeras y estrellas de cine. La película es mala como ella sola, pero la incluimos aquí porque, ¡quién sabe!, a lo mejor a ustedes les gusta.

Fantasma es el perro que aparece en la serie «Juego de tronos» (2011), aunque no es un fantasma. (Hay, para compensar, un personaje: «Perro», que tampoco es un perro.) Fantasma acompaña a Jon Nieve (y otras veces es Jon quien le acompaña a él). Tiene el pelo rojo y los ojos blancos (bueno, al revés), y es muy listo, pues un perro tonto está muy bien para una comedia, pero en una serie dramática chafaría todo el efecto.

Bailey es un perro al que los humanos le hacen mil perrerías y que va muriendo y reencarnándose en sucesivos perros mientras reflexiona sobre su perra vida. La película se titula La razón de estar contigo (2017). Hay una segunda parte en la que el perro sigue transmigrando y transmigrando y transmigrando, amagando con la amenaza de más continuaciones en el futuro.

          (Faltan muchos perros, lo sabemos, pero no se puede tener todo en esta vida.)

 

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El gran carnaval

 



(Billy Wilder ,1951)

 

                         No me canso de decirlo:

yo amo mucho a Billy Wilder

y cuantas más «pelis» veo,

más me entusiasman, si cabe.

 

He vuelto a ver hace poco

una denuncia salvaje

del periodismo amarillo,

una crítica que hace

Billy en El gran carnaval

de la actitud dominante

en los medios de comuni-

cación. Si acaso no saben

de qué film estoy hablando,

les daré algunos detalles.

 

Es de los años cincuenta.

Kirk Douglas es el actante

—o actor— que protagoniza

la película: un tunante

al que han echado de mil

periódicos a la calle

por cutre, desaprensivo,

mentiroso y embustante.

Se marcha a un pueblo pequeño.

Consigue que le contraten

como reportero-estrella

y un día, en medio de un viaje,

se encuentra con una mina

donde cayó el andamiaje

y aprisionó a un buen señor,

dejándole agonizante.

 

Kirk se mete por el túnel

con un sándwich de fiambre

para el minero apresado

y promete rescatarle,

dándose un montón de prisa,

a cambio del reportaje.

Obtenida la exclusiva,

procura que se retrasen

cuanto más tiempo, mejor,

las labores del rescate.

Busca un método difícil,

cuando había uno más fácil.

Deja que pasen los días

para incrementar el hambre

de noticias del lector

y para que aumente el «share»

(pronúnciese a la española,

si no, la rima no vale.)

 

Alrededor de la mina

se monta un circo muy grande:

venden globos, cocacolas,

empanadillas de carne,

«souvenires», camisetas

y cualquier cosa comprable.

Se monta una cuestación

que le entregarán (si sale)

al minero aprisionado.

En fin, ¿para qué cansarles?

Ya el título nos lo indica:

un carnaval de tres pares

de narices, donde todos

ganan miles de «doláres».

 

¿Y el final?, dirán ustedes.

Muy previsible y pensable:

el hombre muere allí dentro

por la demora en sacarle.

Su esposa coge los cuartos.

Los periodistas, voraces,

mandan crónicas a cientos

por teléfono o por cable.

Todos se van tan contentos

del suceso apasionante

y el espectador se queda

con un nudo en el gaznate.


 

 

La academia

 

VIERNES, 12 DE ABRIL. - 18:30 H.
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La Libertad iluminando al mundo

 




          Seré breve (o no, ya veremos.)

Expondré una lista de razones por las cuales la conocida como «Estatua de la Libertad» debería protegerse especialmente y ser motivo de orgullo para muchos en lugar de demolerse, como piden algunos.

1.- ¡Los Estados Unidos no tienen historia! ¡Ni monumentos, salvo algún dónut gigante sobre algún área de descanso de alguna carretera interestatal perdida en medio de la nada! Privarles de casi el único que poseen sería muy cruel. Y como es una verdad reconocida que absolutamente todos los países del globo aman a los Estados Unidos, es lógico que se les trate con cariño y consideración. En España hay más de 1.100 castillos. Si por arte de birlibirloque uno de ellos desapareciera, no nos daríamos ni cuenta, pero con los monumentos estadounidenses esto no sucede.

2.- La estatua debe seguir ahí para beneficio de los profesores de literatura. Cuando uno de ellos está explicándoles a sus estudiantes las figuras retóricas y le llega el turno a la paradoja, el mejor ejemplo que se puede encontrar es el siguiente: «¿Conocéis la Estatua de la Libertad, queridos alumnos? Sí, claro: sale en casi todas las películas y series americanas. Pues bien: el edificio que hay debajo de ese símbolo de la libertad era una prisión federal, un centro de detención para inmigrantes sin papeles. Eso es una paradoja.» Los estudiantes lo entienden a la primera y ya puedes pasar a otro tema.

3.- Sin este monumento, la realidad centro y sudamericana sería muy diferente. Ya lo dijo Darío en su poema A Roosevelt:

 

... y alumbrando el camino de la fácil conquista

la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

 

          Y que los Estados Unidos haya utilizado simbólicamente la luz de su antorcha para ver cómo mangonear al resto del continente es un hecho histórico que debe respetarse, pues está muy en consonancia con la doctrina de Monroe, que dice: «América para los americanos (también)».

          4.- Otro motivo de permanencia es que la estatua es verde (sorprendentemente). Y las cosas verdes son todas buenas por definición. Verbi gratia: es mejor tener un país verde que uno desértico, pues el verde (hierba, hojas) es necesario para el sostenimiento ecológico del planeta. Se podrían citar otros ejemplos. El verde es el color que simboliza la esperanza, mientras que el amarillo, en la bandera de un barco, puede simbolizar que hay tifus o fiebre amarilla a bordo. Los chistes verdes suelen ser mucho más graciosos que los otros. Si tienes prisa por llegar a algún sitio, es mejor que los semáforos que haya en tu camino estén en verde, antes que en otro color cualquiera. El verde descansa la vista, dicen. Los dólares son verdes y no me negarán ustedes que los dólares son un gran invento, sobre todo si tienes muchos. Podría seguir dando argumentos, pero creo que ya me han entendido ustedes.

          5.- Fue un regalo de Francia a los Estados Unidos para conmemorar la independencia estadounidense y como prueba de simpatía (ya que a los franceses les cae automáticamente simpático todo aquel que le haga la pascua a los ingleses). Pero el caso es que los franceses tienen merecida fama de ser muy agarrados, por lo que un regalo suyo es algo tan improbable y anómalo que merece la pena de ser conservado sólo por este motivo.

          6.- Es una construcción eminentemente simbólica de la que se puede aprender mucho, por más que los símbolos sean algo confusos. Por ejemplo, la corona de la figura tiene siete picos, lo que puede representar a los siete mares, a los siete continentes, a los siete pecados capitales o los siete niños de Écija. Tiene un libro en la mano izquierda y una antorcha con llama olímpica en la derecha, para indicar a qué ideología le gustan más los deportes o la cultura. Aunque podría interpretarse al revés: en la derecha portaría la llama que representaría a las luces y a la Ilustración y lo de la izquierda sería algún libro inmoral. Luego, la figura está de pie y no sentada, lo que puede querer decir que hay que hacer ejercicio y no estar todo el día en el sofá. Al pie del monumento hay cadenas rotas, que pueden ser un símbolo de que se ha superado la esclavitud o que el ayuntamiento de Nueva York no tiene presupuesto para reparar las cosas que se rompen. En fin: son símbolos dudosos, pero muy interesantes.

          7.- La Estatua de la Libertad se propuso para la lista de las siete maravillas del mundo moderno, pero no cualificó: se quedó finalista. Y yo tengo un soft corner, que le dicen, una empatía especial con los segundones que no ganan los concursos a los que se presentan, quizá porque me ha pasado muchas veces en mi vida. Entiendo que esta razón es muy personal, pero yo la pongo para hacer bulto en mi alegato y por si acaso cuela.

          8.- Había apuntado muchas más razones en un papelito, pero me he cambiado de chaqueta antes de salir de casa y no las tengo aquí.